jueves, 5 de diciembre de 2019

La penúltima


                                  LA PENÚLTIMA                                
Le costó ubicarse, como cada mañana al despertar. En parte, era culpa suya: nadie le había obligado a jugar mientras la casa le invitaba a beber; nadie lo coaccionó para que se uniera a aquella fiesta ininterrumpida. El sólo se dejó arrastrar. Pero, por otra parte, aquella ciudad no parecía diferenciarse del resto de metrópolis, ampliadas una y otra vez al punto de fundirse con las urbes más cercanas. Tras tanto terreno ganado al desierto, era difícil aseverar qué nombre recibía el suelo que pisaba, qué diferenciaba un lugar de otro. No en vano, la última foto espacial había revelado que el continente no era sino una mancha de luz cegadora. "Una llamada de auxilio a un Dios ausente", interpretó un comentarista televisivo antes de ser despedido. 

Le dolían las sienes. Tras rebuscar en la cocina del apartamento, engulló una aspirina notando la sequedad de la pastilla contra su garganta. Mientras la radio repasaba los consejos sanitarios para hacer frente a temperaturas superiores a 45 grados, se acercó a la ventana, se puso las gafas de sol y entreabrió las persianas. Hileras de rascacielos, la mayoría deshabitados, poblaban las avenidas. Luces de neón parpadeantes interpelaban a locales y visitantes, animándoles incansablemente a otra jornada de derroche.

"Tengo sed", le interpeló por la espalda una figura semidesnuda. Un suspiro fatigado fue toda su respuesta. Las facciones de ambos mostraban surcos de sudor negruzcos; sus poros expelían un olor desagradable. Necesitaban urgentemente una ducha, un par de litros de agua, pero su precio era prohibitivo; el suministro seguía cortado y hacía meses que no llovía, de modo que tampoco podían salir desnudos a la calle y refrescarse. Acudir al mercado negro quedaba descartado. La semana anterior se había saldado con cuatro muertos.      

"¿Qué vamos a hacer?", le apremió de nuevo. Hurgó en los bolsillos. Aún quedaban unas pocas monedas de la víspera. No daban para un trago, mas sí para una apuesta. La penúltima, trató de convencerse, y una sensación de hastío inundó de nuevo la estancia.     

#COP25

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